No sólo es capaz de jerarquizar el juego. Es un verdadero cerebro, un genio sin lámpara. Su magia es vocacional y su talento un regalo virtuoso para el fútbol. Es un fidedigno mariscal, un dueño prodigioso del balón: su eterno amigo.
Si al fútbol se le pudiese considerar un arte, Xavi sería un Picasso del esférico. Agota a los rivales, los desespera cuando te la enseña y te la esconde. Es la brújula del Barça, el timón de un conjunto que brilla en base a su majestuosidad. Realza la elegancia, la precisión romántica y exquisita del balompié. Parece que su Tendón de Aquiles no se queja, de forma que nada ni nadie logra aniquilar su amplio catálogo de recursos inagotables. Controla el tiempo sin tapujos, te deja anonadado y perplejo, víctima de su estilo angelical, único para los sentidos. Es la generosidad personificada de un futbolista que te sorprende con finura y una exquisita tranquilidad.
Se entrega a los demás, como si el éxito sólo le gustase alcanzarlo con sus compañeros. Es el alma, el espíritu, el corazón de nuestra eterna selección. Una filosofía indefinida. Existe La Anunciación de Donatello, el David de Verrocchio y, el Barça de Xavi. Es el quijote del balompié de disposición, del toque, de la verticalidad. Ve y lee el fútbol de carrerilla, con la cabeza erguida, flotando sobre el césped. Desviste los miedos del rival, glorificando su perfección en un abrir y cerrar de intuiciones. Nunca se precipita, no tiene prisa, jamás arma ruido, pero es un mago. Está en el sitio y momento adecuado. Vital para el éxito, para el fútbol. Es como el caviar para el paladar, como la excelencia del maestro.
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